La Gravedad Horizontal de Cuba (I)

Por Amrit
avion_cubanaHAVANA TIMES, 4 nov. — Aunque en el primerísimo mundo la gente entre a un aeropuerto casi con la misma naturalidad con que se abre la puerta de una tienda, para el cubano de a pie montar un avión hacia “afuera,” es romper una maldición silenciosa y siniestra.

Una especie de cordón umbilical consolidado con la intrincada burocracia que es necesario vencer antes de que el soñador tenga en sus manos, además de la visa, el tan preciado permiso de salida, que aunque ya no llega por correo postal en una pequeña cartulina, la gente le sigue llamando “tarjeta blanca.”

Con toda razón, y evitando que la maravillosa aventura no sea malograda por la envidia ajena, el “elegido” se impone una absoluta discreción sobre el tema. Como dijo Martí, “en silencio ha tenido que ser porque hay cosas que para lograrlas han de andar ocultas.”

He sufrido bastante por amigos que no se despidieron de mí y sólo me enteré de su partida cuando ya estaban del otro lado de esa demarcación abstracta que se llama horizonte. Pero con el tiempo entendí que la paranoia no es infundada si desde que tienes conciencia te hacen creer que tulibertad de movimiento está restringida, sujeta, confinada al control más extremo.
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De amores y burocracias

Por Amrit

Desde hace unos días, paso y repaso las páginas del libro “Isla y otros poemas.” compilación de textos del poeta y luchador revolucionario Rolando Escardó, quién falleció con sólo 36 años en un accidente automovilístico. Leyendo sus versos, signados por una profunda angustia existencial, no puedo evitar una asociación que parecerá extraña. Recuerdo a una mujer que conocí hace muchos años, a través de mi primer novio. Ella conservaba como un manual sagrado un estropeado ejemplar de este autor, “Rolando Escardó, me decía, poeta y espeleólogo, fue el amor de mi vida”.

Realmente era la abuela de mi novio, pero lo había criado desde la cuna, así que en la práctica era mi suegra. Y sí que cumplió con el canon de la suegra terrible por celosa y posesiva, pero esto no me impidió ver en ella a una mujer excepcional, marcada con una tácita tristeza. Con anécdotas que me hizo y las que escuché de quienes la conocieron en su juventud, pude construir un esbozo mental de aquello que fue “un pasado glorioso.” Era vedette, y aunque nunca tuvo buena voz, según sus propias palabras, tenía una gracia y carisma que la hacían favorita del público y los empresarios. Se decoloraba el cabello imitando a su ideal, Marilyn Monroe, “yo paraba el tráfico”, decía con orgullo, y dibujaba en el aire las voluptuosas curvas que habían desaparecido con la edad, las desazones de la miseria y los suplicios de la esquizofrenia. “Nunca recojas nada del suelo”, me aconsejaba y se lavaba las manos ya ásperas y blancuzcas por el excesivo roce del jabón. Una tía de mi ex pareja me contaba de ella: “Chela no está loca por gusto, a ella la acabó este sistema. Si hubieras visto cómo vivía, siempre hospedada en hoteles, con un lujo increíble. Usaba vestidos largos, pamelas, guantes hasta el codo…”

DE AMORES

Un millonario norteamericano que vio su foto en una revista, viajó a Cuba estrictamente para conocerla. Seducida por este acto novelesco, ella accedió al compromiso. Fijada la boda y cuando sólo faltaba reunirse con él en el Palacio de los Matrimonios, el verdadero príncipe azul, el poeta Rolando Escardó, apareció, como aparecen los héroes de la vida real, sin nada que ofrecerle, como dice él mismo en un poema:

…mi tesoro es una perra
y unas piedras,
y no tengo sino el hueso
pegado a la costilla superior
del alma,
la bicicleta.

Y ella lo aceptó, dejándolo todo.

DE BUROCRACIAS

Nunca percibí amargura en su voz cuando hablaba de esta fuga o de cómo se disolvió esa aventura que se repitió, más de una vez, a lo largo de su vida. Nunca revaluaba esos recuerdos con una perspectiva práctica, con un matiz de pesar. La muerte real de su espíritu ocurrió cuando le truncaron su vocación. Y fue un golpe peor que los reveses del amor, la incertidumbre económica o la violencia de los psicofármacos.

Después del triunfo de la revolución, la naciente sociedad se impuso reestructurar las diferentes empresas, y Chela supo que para ocupar una plaza de “cantante.” debía pasar una prueba ante un jurado que le daría su evaluación.

Conociendo los límites de su voz, jamás reunió el valor suficiente para presentarse. Y sus juegos en escena como la falsa mulata del teatro bufo, los bailes y las risas, los vítores y las flores quedaron en las fotos, en las gavetas, bajo la amenaza del churre y la polilla. Bajo el peligro de la subjetividad y la ingratitud de la historia.

Lo único que tengo de ella es el recuerdo de una de esas imágenes sepia que ella atesoraba, sonriendo a la cámara con el candor de la época, radiante con su cabello platino y un cuerpo escultural.

No sé si todavía vive, porque su nieto se la llevó a Miami hace muchos años y perdí su rastro. Pero hoy, leyendo a su poeta, se me antojó encontrarla en algunos versos, y aunque es una construcción más, me concedo el derecho a imaginar que ella inspiró estos versos:

Estás en mí y aunque no lo adivines,
yo estoy también en ti con mi gesto callado;
a veces el silencio se bebe siendo amargo,
y a veces en un sueño, puedo hablarte… y te hablo,
y muchas veces, siempre… puedo decir que te amo

Tomado de Havana Times

La piedad de la mentira

Por Amrit

HAVANA TIMES, 3 julio – Hoy ha sido un extraño. Tanto que he llegado a pensar que el límite entre la verdad y la mentira es tan inconsistente como lo creen los mitómanos.

Después de todo, si uno hace caso de esos manuales de autoayuda donde todo depende de uno mismo tan sólo… ¿por qué nos quejamos tanto? Si el mundo está en nuestras manos. Es lo que intento decirle a mi hijo que está deprimido porque en unas pocas palabras vio disuelto su sueño de estudiar en un tecnológico de informática. Me dice que de nada vale tener un sueño fijo desde niño, tan fijo que desde que entró a la secundaria se esforzó sólo por alcanzar esa meta.

La secretaria docente de su secundaria me confirmó que lo habían desaprobado en la entrevista (más bien un cuestionario que debió llenar ante una profesora de la escuela de informática).

“Eso me parece muy extraño, es la primera vez que un alumno desaprueba en esa entrevista” –y con expresión de desconcierto, preguntó– “¿Qué puede haber puesto él para que lo desaprobaran?”. Fue cuando vi ocasión de liberar una idea que me rondaba desde el día que lo acompañé a esa “entrevista.”

“Bueno, él me dijo que luego de la pregunta acerca de qué en qué plaza le gustaría trabajar como informático (programador, diseñador de software, administrador de redes, profesor) preguntaban si estaba dispuesto a trabajar en cualquier plaza que le asignaran y él respondió que no, que sí estaba dispuesto a cumplir con el horario pero no en cualquier plaza.”

La secretaria movió la cabeza casi escandalizada.

“Pero ¿por qué puso eso? ¿Cómo va a decir que no?”

“Es que él no quiere ser profesor.”

“Pero él no sabe adónde lo van a mandar, a lo mejor, quién sabe, al final no hubiera tenido ni que ser profesor…”

“Es que para él era importante ser sincero.”

“Sí pero es que hay mentiras piadosas… ¿entiendes?” dijo ella y sacudió la cabeza con tristeza.

EL RESULTADO DE PORTASE MAL

Hoy, que trato de hilvanar este hilo deshecho de un tirón por el destino, intentando entender dónde está la quebradura, la fragilidad, me vienen a la memoria dos incidentes desde que mi hijo es estudiante.

El primero que quiero mencionar es más reciente, ocurrió en séptimo grado, un día en él que llegó de la escuela y me contó, muy exaltado que habían tenido “visita” en el aula (no sé si alguna asesora del Municipio o la Provincia) y para su espanto la maestra repitió una video clase que ya se había dado.

Claro que antes de comenzar, (y previo a la entrada de la ya anunciada “visita”), les recalcó a los alumnos varias veces: “No se les ocurra decir que esta clase ya la dimos… Sí, porque yo sé que hay fenómenos y anormales en esta aula.”

Los “fenómenos y anormales.” aparte de ver la actuación de su maestra que se desempeñaba excelentemente en su rol, debieron divertirse bastante cuando, en el momento en que la “visita” hacía preguntas a los alumnos, la maestra misma, parada detrás de la inocente mujer, les hacía gestos a los niños con la boca y las manos para ayudarlos con la respuesta correcta.

Ya he comentado que esa maestra es metodóloga ahora de esa escuela, así que podría preguntarme cómo es posible que mi hijo se demore tanto en aprender la lección. Pero lo peor es que en vez de hacerle todo tipo de reproches y advertencias, yo me limité a recordar también un incidente ocurrido cuando él tenía sólo unos cinco años.

Su maestra de preescolar me había advertido ese día de que tendrían una prueba. Al recogerlo a la hora de salida, le pregunté a ella cómo había salido en el examen y me dijo que mal.

Esto me sorprendió, porque siempre fue un niño hábil para el aprendizaje. De camino a la casa le pregunté en qué consistía la prueba y me dijo: “Había que decir qué opinión teníamos de la maestra.”

Y yo, que había tenido varios choques con ella por sus asperezas, pregunté sobrecogida: “¿Y tú qué dijiste?”

“Que era mala.”

Como era de esperar, él fue el único en toda el aula en dar esa respuesta. Una abuela que sufría porque su nieto le tenía miedo a la maestra y cada día, en el momento de entrar a la escuela, vomitaba el desayuno, le preguntó al niño por qué no le había dicho la verdad a la maestra. La respuesta del niño fue: “Yo sé que es mala pero, ¿para que lo voy a decir? De todos modos tengo que seguir con ella…” Y la abuela lo consideró una salida ingeniosa.

Así que hoy, mientras insisto en rehilvanar este hilo roto por el destino irremediablemente, debería preguntarme cuándo prepararé adecuadamente a mi hijo para este mundo pero, en lugar de eso, le doy la mano y le digo que hizo bien en no mentir, que tal vez la vida no lo está excluyendo de nada como él cree, sino liberándolo de algo.

Tomado de Havana Times

Más cuentos de horror

Por Amrit

HAVANA TIMES, 3 junio Me había prometido no escribir más sobre todo lo relacionado con escuelas y maestros. He llegado a sentir que, habiendo dejado bien atrás la adolescencia, padezco sus efectos peor que cuando me tocó personalmente.

Yo misma siento rechazo al ir, una y otra vez, a la secundaria donde estudia? mi hijo. En mi texto Adiós a la inocencia. mencionaba que su maestro, que es alcohólico, parecía haber caído en una profunda crisis en los últimos meses. Yo misma había notado que se irritaba con excesiva facilidad, incluso en las reuniones de padres, si alguna madre le hacía algún reclamo.

Hace unos días supe que agredió brutalmente a dos alumnos de octavo grado que al parecer, lo provocaron con algún insulto. Al día siguiente un policía fue a buscarlo al aula. Entre sus propios alumnos, a los que no se les dijo nada oficial, se corrió pronto el rumor de que había sido expulsado, pero indagué y supe que fue suspendido por un mes de su puesto de trabajo, pues el déficit de profesores no permite aplicar una medida más drástica. Continue reading