La piedad de la mentira

Por Amrit

HAVANA TIMES, 3 julio – Hoy ha sido un extraño. Tanto que he llegado a pensar que el límite entre la verdad y la mentira es tan inconsistente como lo creen los mitómanos.

Después de todo, si uno hace caso de esos manuales de autoayuda donde todo depende de uno mismo tan sólo… ¿por qué nos quejamos tanto? Si el mundo está en nuestras manos. Es lo que intento decirle a mi hijo que está deprimido porque en unas pocas palabras vio disuelto su sueño de estudiar en un tecnológico de informática. Me dice que de nada vale tener un sueño fijo desde niño, tan fijo que desde que entró a la secundaria se esforzó sólo por alcanzar esa meta.

La secretaria docente de su secundaria me confirmó que lo habían desaprobado en la entrevista (más bien un cuestionario que debió llenar ante una profesora de la escuela de informática).

“Eso me parece muy extraño, es la primera vez que un alumno desaprueba en esa entrevista” –y con expresión de desconcierto, preguntó– “¿Qué puede haber puesto él para que lo desaprobaran?”. Fue cuando vi ocasión de liberar una idea que me rondaba desde el día que lo acompañé a esa “entrevista.”

“Bueno, él me dijo que luego de la pregunta acerca de qué en qué plaza le gustaría trabajar como informático (programador, diseñador de software, administrador de redes, profesor) preguntaban si estaba dispuesto a trabajar en cualquier plaza que le asignaran y él respondió que no, que sí estaba dispuesto a cumplir con el horario pero no en cualquier plaza.”

La secretaria movió la cabeza casi escandalizada.

“Pero ¿por qué puso eso? ¿Cómo va a decir que no?”

“Es que él no quiere ser profesor.”

“Pero él no sabe adónde lo van a mandar, a lo mejor, quién sabe, al final no hubiera tenido ni que ser profesor…”

“Es que para él era importante ser sincero.”

“Sí pero es que hay mentiras piadosas… ¿entiendes?” dijo ella y sacudió la cabeza con tristeza.

EL RESULTADO DE PORTASE MAL

Hoy, que trato de hilvanar este hilo deshecho de un tirón por el destino, intentando entender dónde está la quebradura, la fragilidad, me vienen a la memoria dos incidentes desde que mi hijo es estudiante.

El primero que quiero mencionar es más reciente, ocurrió en séptimo grado, un día en él que llegó de la escuela y me contó, muy exaltado que habían tenido “visita” en el aula (no sé si alguna asesora del Municipio o la Provincia) y para su espanto la maestra repitió una video clase que ya se había dado.

Claro que antes de comenzar, (y previo a la entrada de la ya anunciada “visita”), les recalcó a los alumnos varias veces: “No se les ocurra decir que esta clase ya la dimos… Sí, porque yo sé que hay fenómenos y anormales en esta aula.”

Los “fenómenos y anormales.” aparte de ver la actuación de su maestra que se desempeñaba excelentemente en su rol, debieron divertirse bastante cuando, en el momento en que la “visita” hacía preguntas a los alumnos, la maestra misma, parada detrás de la inocente mujer, les hacía gestos a los niños con la boca y las manos para ayudarlos con la respuesta correcta.

Ya he comentado que esa maestra es metodóloga ahora de esa escuela, así que podría preguntarme cómo es posible que mi hijo se demore tanto en aprender la lección. Pero lo peor es que en vez de hacerle todo tipo de reproches y advertencias, yo me limité a recordar también un incidente ocurrido cuando él tenía sólo unos cinco años.

Su maestra de preescolar me había advertido ese día de que tendrían una prueba. Al recogerlo a la hora de salida, le pregunté a ella cómo había salido en el examen y me dijo que mal.

Esto me sorprendió, porque siempre fue un niño hábil para el aprendizaje. De camino a la casa le pregunté en qué consistía la prueba y me dijo: “Había que decir qué opinión teníamos de la maestra.”

Y yo, que había tenido varios choques con ella por sus asperezas, pregunté sobrecogida: “¿Y tú qué dijiste?”

“Que era mala.”

Como era de esperar, él fue el único en toda el aula en dar esa respuesta. Una abuela que sufría porque su nieto le tenía miedo a la maestra y cada día, en el momento de entrar a la escuela, vomitaba el desayuno, le preguntó al niño por qué no le había dicho la verdad a la maestra. La respuesta del niño fue: “Yo sé que es mala pero, ¿para que lo voy a decir? De todos modos tengo que seguir con ella…” Y la abuela lo consideró una salida ingeniosa.

Así que hoy, mientras insisto en rehilvanar este hilo roto por el destino irremediablemente, debería preguntarme cuándo prepararé adecuadamente a mi hijo para este mundo pero, en lugar de eso, le doy la mano y le digo que hizo bien en no mentir, que tal vez la vida no lo está excluyendo de nada como él cree, sino liberándolo de algo.

Tomado de Havana Times