Por Rogelio M. Díaz Moreno
Desde la semana pasada están saliendo en nuestro inefable periódico Granma, al menos en la versión impresa, unas tablitas reveladoras de lo que piensa el gobierno cubano de su pueblo. Bajo el encabezamiento de Tu servicio de salud es gratuito, pero, ¿cuánto cuesta? se expone cada día una relación de servicios médicos, acompañados por un costo calculado hasta el último centavo que, se infiere, asume el Estado cubano para que el paciente nacional tenga asegurado el servicio.
Pocas bromas se pueden ejecutar tan ultrajantes como la de estas tablitas. El supuesto bajo las mismas es que los ciudadanos de este país somos privilegiados por disponer de dichas prestaciones sin tener que abonar su precio, y por tanto deberíamos prodigar infinitamente alabanzas y agradecimientos por nuestra suerte. Lo que no dice este periódico, es todo un otro montón de cosas que transforman mucho el supuesto anterior.
A mí me saltó a la vista, en primer lugar, un detalle que casi podríamos llamar colateral. El precio asignado a las consultas para los pacientes oscila entre 40 y 90 pesos cubanos (CUP). Pues bien, uno se pregunta en qué se basaron quienes calcularon tal cifra. Porque el médico que realiza la tal consulta no gana más de 25 CUP en un día de trabajo en el que atiende, fácilmente, a más de treinta pacientes. Supongamos, razonablemente, que sea apoyado por un enfermero o enfermera, que gana menos; tal vez se usen una torundita y una palita de madera como depresor de lengua en cada turno que costarán centavos; se usa un local de una instalación que, por mucho que haya costado su construcción a veces, anterior al año 1959 y mantenimiento, se diluye mucho su descapitalización entre cada uno de los millones de pacientes que atiende a lo largo de su vida útil. Sume una lámpara eléctrica y un aparato de aire acondicionado que estén encendidos unos veinte minutos; más un estetoscopio y una pesa que igualmente brindan servicio a burujones de personas. Todos estos gastos no ascienden ni la a mitad del costo que se pretende representar. No es que esté absolutamente seguro de que el total sea falso, pero para cubrir el faltante solo se me ocurre adicionar los costos de la burocracia con sus mecanismos de control, de organización del control, de la centralización de lo controlado y de la organización de lo controlado para centralizar lo organizado controladamente.
También se pasa por alto olímpicamente que hay otros países donde se ofrecen igualmente servicios médicos de buen nivel y en los que no hay que abonar nada al momento de recibir la atención, gracias a un sistema de impuestos que recaudan esos Estados. Allí, rigurosamente, la atención médica tampoco es gratis, porque la pagan todos los ciudadanos con sus contribuciones al fisco. Si el sistema nacional de propaganda que manipula nuestra prensa nacional quiere usar estas tablitas para convencernos de la necesidad de pagar impuestos, que lo haga con sinceridad.
Nota de humor escatológico: en la relación incluyen algo llamado “análisis parasicológico (en heces fecales)”. ¿Se comunicarán telepáticamente con una caca? ¿Moverán un tibor por telekinesis?
Ahora vamos a lo fundamental. Yo y un montón de conocidos estamos hartos de que se nos agiten en la cara este tipo de facturas, como si fuera el regalo de una bondadosa divinidad que no nos pide nada a cambio. Esta idea es absolutamente falsa, pues dicha divinidad bien que nos exige trabajar para ella por la totalidad de nuestras vidas, a cambio de unos salarios que resultan inverosímilmente precarios, aún ante los estándares de países de desarrollo económico no muy alto. Para poner un ejemplo: el salario mínimo en Ecuador anda por los 160 USD mensuales para hablar en una moneda que todos entendemos. En Cuba, el salario mínimo no supera los 12 USD. Ese profesional altamente calificado que atiende en la consulta cuya gratuidad nos echan en cara, puede que reciba a fin de mes la extravagante cifra de 30 USD. Un maestro de escuela, un ingeniero, un técnico, un obrero, reciben salarios del orden de los 20 USD. Son estas personas, por cierto, que sobreviven de una manera difícilmente concebible en otros países, quienes con su trabajo mantienen al sistema funcionando, las escuelas dando clases, los hospitales atendiendo pacientes, el agua y la electricidad llegando a las casas, etc.
Si generalizáramos la cifra intermedia de 20 USD y asumiéramos que las personas trabajadoras en Cuba tienen el derecho a un salario mínimo de Ecuador, podríamos calcular que el Estado de aquí paga un salario mínimo como el que pagan allá, pero descuenta de oficio el 87.5 % del mismo como impuestos. Impuestos abonados ya, ahora mismo, sin contar con los nuevos gravámenes que contiene una nueva y tenebrosa Ley Tributaria que aprobaron por unanimidad los parlamentarios de la Asamblea Nacional en el pasado mes de julio, sin que los electores conozcamos todavía muchos detalles. Por lo que uno ha recibido en las clases de historia, ni el más rapaz de los señores feudales les arrebataba tal porción a sus siervos. Con esa clase de mordida, bien que le tendría que alcanzar a quien la capitaliza para ofrecer a la población cubana, no ya servicios médicos sin costo adicional, sino hasta cruceros gratis a la Isla de Pascua. Huelga decir que si, después de despojarnos de esa manera del derecho a sufragarnos una vida decorosa con nuestro trabajo, todavía nos quisieran cobrar los servicios de Educación y Salud de cuya gratuidad tanto se jactan, el pueblo se iba a lanzar a las calles a poner fin al gobierno.
Y para colmo, han escogido un pésimo momento para hacer ostentación de su generosidad. Ya que quieren sacar las cuentas de lo que cuestan las cosas, desafío a los decidores y calculadores de costes y cuentas a que hagan una tablita similar, pero con lo que ha costado cada una de las medallas que tanto los enorgullecen y que se obtienen en los eventos deportivos como la presente olimpiada de Londres. A ver si esas preseas del luchador, la yudoca y el tirador no salieron más caras que si se hubieran comprado de oro puro en Tiffany´s, después que uno calcule la retahíla de millones que absorbe la pirámide del alto rendimiento que sostiene esos pináculos. Pero en un país con tantas necesidades irresueltas como el nuestro, ni siquiera esos propagandistas farisaicos tendrían la gandinga necesaria para reconocer el precio del entretenimiento chovinista que le ofrecen al pueblo y, en su lugar, prefieren adular sus propias conciencias con las cuentas de unas gratuidades que nadie, sino los trabajadores cubanos mismos, somos los que abonamos a fin de cuentas.