Troy Davis y el drama de las ejecuciones en EE.UU.

Por: Redacción BBC Mundo. Jueves, 22 de septiembre de 2011

La imagen se ha vuelto cinematográficamente familiar: un reo, sus familiares y los guardias de una prisión cualquiera de EE.UU. atentos a una llamada telefónica que podría detener la inminente ejecución.

Mientras el reloj señala como se le acaba el tiempo al condenado, a las afueras de la cárcel algunos rezan esperando el perdón. Otros esperan que el cumplimiento de la condena les deje una sensación de justicia cumplida. Es el drama que se ve en películas, como Dead Man Walking de 1995, basada en el libro de la hermana Helen Prejean, en el que se cuenta como fracasan los intentos por lograr la conmutación de la pena a un preso, al que ella creía inocente. Pero no se trata de ficción, es un drama de la vida real que sufren decenas de presos condenados a muerte que han entrando en el tortuoso proceso de apelaciones para revocar las sentencias que los mantienen en el llamado corredor de la muerte.

Esperanza hasta el final

Es difícil de imaginar lo que pasa por la cabeza de una persona que no sabe si seguirá vivo en una, dos, tres horas, al día siguiente, porque espera la palabra de una instancia que pueda salvarlo.

Así sucedió el miércoles con Troy Davis, por cuarta vez en 18 años. Sólo que en esta ocasión los esfuerzos fueron en vano y la decisión salvadora no llegó. Tras serle negada una suspensión de la ejecución el lunes pasado por parte de la Junta de Perdones de Georgia y una doble negativa de la Corte Suprema del estado a reconsiderar el caso, los abogados de Davis acudieron al máximo tribunal del país. La Corte Suprema de Justicia, en Washington, ordenó la postergación de la ejecución mientras consideraba la apelación de último minuto. En 2008 el mismo tribunal mandó que el caso fuera revisado por una corte estatal. Pero cuatro horas después, la Corte informó que negaba la revisión del caso, con lo que se volvía a reactivar el mecanismo de la ejecución.

Davis había rechazado la que sería su última cena, en un gesto cabalístico que los activistas que apoyaban su causa dijeron que le había traído suerte las veces anteriores que estuvo a punto de serle administrada la inyección fatal.

Sin embargo, no hubo una nueva revisión del caso y Davis fue ejecutado a las 11:08 pm hora de Atlanta.

En el corredor de la muerte

En EE.UU. hay 3.251 personas esperando ser ejecutadas. Son los prisioneros que ocupan los llamados corredores de la muerte en cientos de cárceles estatales, según datos del Centro de Información sobre la Pena de Muerte, una organización no gubernamental. Se estima que, en promedio, los presos condenados a la pena máxima pasan 13 años desde el momento que reciben la sentencia hasta que se da el cumplimiento de la misma.

Todo ese tiempo se consume en un engorroso proceso de apelaciones y contra apelaciones, que en algunas ocasiones termina llegando hasta la Corte Suprema de Justicia en Washington. Incluso en los casos en los que han agotado completamente el camino judicial, queda el recurso de recibir un perdón in extremis dado por el gobernador del estado, o mucho menos probablemente, del presidente. De hecho, como dijo este miércoles Jay Carney, el portavoz del presidente Barack Obama, al comentar las solicitudes de clemencia que había recibido la Casa Blanca en el caso de Davis.

"No es apropiado para un presidente de Estados Unidos intervenir en casos específicos como este", sostuvo Carney.

En Washington reconocen cómo los estados defienden celosamente su potestad de administrar sus sistema de justicia, que están sólo supeditados a las decisiones del supremo. Y es por eso es que la llamada esa de último minuto sólo puede provenir de la casa del gobernador local.

Salvados in extremis

Desde que en 1973 se restableció la pena de muerte en EE.UU. 130 condenados han logrado salirse del corredor de la muerte, luego de haber demostrado su inocencia, de acuerdo con datos del Comité Judicial del Congreso estadounidense.

Hasta 1999 el ritmo de exoneraciones era de 3,1 al año, pero desde el 2000 aumentó a las 5 por año, en parte por las mejoras en las técnicas de investigación policial y forense, sobre todo con el creciente empleo del ADN como evidencia. En la última década, el ritmo de condenas a la pena máxima de 315 en 1996 a 112 en 2010, en buena medida, porque los jurados parecen menos dispuestos a castigar con su vida a una persona.

Otro factor son las consideraciones económicas. Por ejemplo en California, el estado con mayor número de personas esperando ejecución, aplicar la pena de muerte cuesta US$114 millones al año más de lo que costaría mantener a esos mismos condenados en prisión de por vida.

Pero, a veces, para las familias de quienes esperan que la ejecución del condenado sea una manera de cerrar su dolor, extender la vida del reo es también un sufrimiento. "Esto me está matando", usando una selección de palabras algo irónica Anneliese MacPhail, la madre del oficial cuando supo de la suspensión temporal ordenada por la Corte Suprema. "Para decir la verdad. No se ya qué esperar", dijo la señora MacPhail.

Campaña mundial

En los 18 años que batalló por revertir la sentencia, el caso de Davis ganó notoriedad internacional: desde el Papa Benedicto XVI hasta el ex presidente estadounidense Jimmy Carter.

La creencia es que Davis fue víctima de un sistema judicial racista cuando lo condenó por el asesinato del policía blanco Mark McPhail en 1989 en Savannah. La evidencia usada en su caso fue circunstancial, no hubo arma ni motivo del crimen e incluso siete de los nueve testigos cambiaron sus versiones tras el juicio.

  • 17 de julio de 2007, la Junta de Perdones y Libertad Condicional de Georgia suspendió la ejecución 24 horas antes de ser cumplida.
  • 23 de septiembre del 2008, la Corte Suprema de Justicia de EE.UU. ordenó que se revisara el caso dos horas antes de que se diera la inyección letal.
  • 24 de octubre 2008, una corte federal de apelaciones detuvo la aplicación de la sentencia programada para cumplirse 48 horas después.

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En Estados Unidos los métodos para ejecutar las penas de muerte han cambiado, pero hay una tradición que se mantiene: las últimas palabras.

Davis ejecutado:

http://www.bbc.co.uk/mundo/ultimas_noticias/2011/09/110921_eeuu_davis_ejecucion_cch.shtml

Tomado de BBC Mundo: http://www.bbc.co.uk/mundo/noticias/2011/09/110921_eeuu_davis_perdon_cch.shtml

El hombre al que miles quieren salvar, morirá hoy

Por: Redacción BBC Mundo. Miércoles, 21 de septiembre de 2011

Tres veces Troy Davis escapó a la sentencia de muerte que le impuso el sistema de justicia del estado de Georgia, en el sureste de Estados Unidos. Pero este miércoles debería ser su último día de vida, castigado por un crimen que asegura no cometió.

El estadounidense de 42 años deberá ser ejecutado, como ordenó hace casi dos décadas un tribunal, por haber matado a un policía en una pelea callejera en Savannah, en 1989. Davis siempre defendió su inocencia. Nunca se encontró el arma de aquel delito. Pero varios testigos sirvieron para ponerlo en el sitio donde murió el oficial Marc McPhail y establecer su culpabilidad. Es uno de los muchos casos basados en "evidencias circunstanciales", que suelen ser muy cuestionados por expertos legales, sobre todo cuando involucran la pena de muerte. Y en este lo es mucho más, porque siete de aquellos nueve testigos se retractaron o cambiaron su opinión. Además, varios de los jurados que lo condenaron inicialmente también cambiaron de parecer y así lo han dicho públicamente. Sin embargo, la ejecución de Davis está pautada para las 7:00 pm (medianoche GMT) del miércoles 21 de septiembre, hora de Atlanta, cuando debe ser aplicada una inyección letal.

Triple cita con la muerte

Davis no ha contado con la suerte que tuvo en tres ocasiones anteriores, cuando el conteo final logró ser detenido en el último momento.

Como el 17 de julio de 2007, cuando la Junta de Perdones y Libertad Condicional de Georgia ordenó la suspensión de la ejecución 24 horas antes de ser cumplida. O el 23 de septiembre del 2008, a dos horas apenas de recibir la inyección letal, cuando la Corte Suprema de Justicia de EE.UU. tomó la inusual decisión de ordenar que se revisara el caso. Y nuevamente, el 24 de octubre 2008, día una corte federal de apelaciones detuvo el cumplimiento de la sentencia que debió haberse llevado a cabo 48 horas después.

Pero esta vez la Junta no aceptó los pedidos de clemencia. Los funcionarios de la prisión de Jackson, en las afueras de Atlanta, creen que la muerte de Davis es indetenible. El gobernador de Georgia no tiene, como sucede en otros estados, la potestad de parar la ejecución. Sus abogados también reconocen que ya no les queda margen de maniobra, salvo un milagro o una improbable intervención de la Casa Blanca.

El Papa y Jimmy Carter

La causa de Davis ha sido respaldada por las firmas de más de un millón de personas en el mundo entero, según la organización de defensa de derechos humanos, Amnistía Internacional. Nombres célebres como el del Papa Benedicto XVI, el ex presidente estadounidense Jimmy Carter, el arzobispo sudafricano Desmond Tutu, se cuentan entre los firmantes. Vigilias y concentraciones en su favor se han escenificado en EE.UU., Europa, América Latina. Si bien no son multitudinarias demuestran un interés global por lo que Richard Dieter, director del Centro de información sobre la Pena de Muerte de EE.UU. considera "el caso de pena capital más grande en al menos diez años".

Negro vs blanco

Algunos señalan lo que describen como la corrupción inherente del sistema de justicia de Georgia, que sin dilaciones culpó a un negro del asesinato del oficial blanco. Sin embargo, en el jurado que sentenció a Davis en 1989 se sentaban siete negros y cinco blancos. Y la actual Junta de Perdones dos de sus cinco miembros son afroamericanos. Pero no se trataría de un asunto de proporcional, sino cultural de un estado en el que hasta hace pocas décadas la segregación racial era política oficial. La única evidencia física que vincula a Davis con el lugar del crimen son unos casquillos de bala pertenecientes a un arma usada horas antes en un robo el que este había participado. El peso del caso estuvo exclusivamente en los testimonios de quienes identificaron a Davis.

Según el Proyecto Inocencia, una organización que trabaja con pruebas de ADN para aclarar casos dudosos, los problemas de identificación de acusados es responsable por el 75% de las sentencias erradas. De esos 273 presos exonerados desde 1990, 17 de ellos estuvieron esperando en el llamado corredor de la muerte un promedio de 13 años. Sólo que en el caso de Davis no hay muestras de ADN con las cuales comparar y saber a ciencia cierta si fue él quien mató a MacPhail.

Castigo merecido

La fiscalía quedó satisfecha con la opinión del juez de distrito William Moore, cuando en junio de 2010 se cumplió con la inusual audiencia ordenada por el Supremo. "Aunque una nueva evidencia arroja alguna mínima duda adicional sobre su sentencia, es mayormente humo y espejos", dijo Moore. La audiencia concluyó que Davis no pudo demostrar su inocencia. Volvió al corredor de la muerte, donde actualmente esperan ejecución 3.251 personas, según datos del departamento de Justicia de EE.UU.

En la acera del frente, la familia del oficial MacPhail, dice querer "cerrar" la herida que dejó la trágica pérdida de Marc. La manera de hacerlo es, para ellos, que se cumpla con la sentencia original. "Eso es lo que queríamos y eso es lo que obtuvimos", dijo Anneliese, la madre del policía asesinado, tras la última decisión de la Junta de Perdones. "Queremos terminar con esto y que él (Davis) reciba su castigo".

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Tomado de BBC Mundo: http://www.bbc.co.uk/mundo/noticias/2011/09/110921_eeuu_troy_davis_muerte_cch.shtml

Rosa Luxemburg: Contra la pena de muerte

En septiembre de 1918 cayó el frente occidental alemán de la Primera Guerra Mundial y estalló una nueva oleada huelguística. El fin de la guerra se vislumbraba ya. El gobierno, deseoso de ampliar su base social para tratar de salvarse, decretó la amnistía para los presos políticos. Karl Liebknecht fue puesto en libertad el 23 de octubre y llevado en triunfo por las calles de Berlín hasta la embajada soviética, pero la amnistía aparentemente no incluía a Rosa Luxemburg, que se hallaba detenida por orden administrativa, sin sentencia. A fines de octubre se alzaron los marineros de la base naval de Kiel y comenzaron a surgir Consejos de obreros y soldados, organizados según el modelo ruso, en toda Alemania, que exigían que se reconociera su autoridad. El 9 de noviembre estalló una huelga general que obligó al gobierno a renunciar. El canciller, príncipe Max von Baden, entregó el poder al dirigiente socialdemócrata Friedrich Ebert. Presionados por el llamado de Liebknecht a la creación de una república socialista, los socialdemócratas abolieron la monarquía y proclamaron en Alemania una república democrática. Rosa Luxemburg, que se hallaba aún en prisión, fue liberada el 9 de noviembre cuando las masas de Breslau forzaron las puertas de la cárcel. Canosa y considerablemente avejentada por los años transcurridos en prisión, volvió a Berlín y colaboró en la dirección de la Liga Espartaco durante los dos últimos meses de su vida. Uno de sus primeros escritos al salir de la cárcel fue “Contra la pena capital”, aparecido en Rote Fahne (Bandera Roja), periódico de la Liga Espartaco. Allí denuncia de la inhumanidad de la “justicia” capitalista y expone los objetivos humanitarios de la revolución socialista y el trato para con los prisioneros. Esta versión proviene de “Alemania después del armisticio: informe basado en el testimonio personal de alemanes representativos, acerca de la situación imperante en 1919”, de Maurice Berger).

Por Rosa Luxemburg (noviembre de 1918)

No deseábamos la amnistía ni el perdón para los presos políticos del viejo orden. Exigíamos el derecho a la libertad, a la agitación y a la revolución para los cientos de hombres valientes y leales que gemían en las cárceles y fortalezas porque bajo la dictadura de los criminales imperialistas habían luchado por el pueblo, la paz y el socialismo.

Ahora están todos en libertad.

Nos encontramos nuevamente en las filas, listos para el combate.

No fue la camarilla de Scheidemann y sus aliados burgueses, con el príncipe Max von Baden a la cabeza, quienes nos liberaron. Fue la revolución proletaria la que hizo saltar las puertas de nuestras celdas.

Pero la otra clase de infelices habitantes de esas sombrías mansiones ha sido completamente olvidada. Nadie piensa ahora en las figuras pálidas y tristes que suspiran tras los barrotes de la prisión por haber violado las leyes comunes.

Sin embargo, también ellos son víctimas desgraciadas del orden social infame contra el cual se dirige la revolución; víctimas de la guerra imperialista que llevó la desgracia y la miseria hasta los extremos más intolerables de la tortura; víctimas de esa horrorosa masacre de hombres que liberó los instintos más viles.

La justicia de las clases burguesas fue nuevamente como una red que permitió escapar a los tiburones voraces, atrapando únicamente a las pequeñas sardinas. Los especuladores que ganaron millones durante la guerra han sido absueltos o han recibido penas ridículas. Los ladronzuelos, hombres y mujeres, han sido sancionados con severidad draconiana.

Agotados por el hambre y el frío, en celdas sin calefacción, estos seres abandonados por la sociedad esperan piedad y compasión.

Han esperado en vano, porque en su afán de obligar a las naciones a degollarse mutuamente y distribuir coronas, el último de los Hohenzollern olvidó a estos infelices. Desde la conquista de Lieja no ha habido una sola amnistía, ni siquiera en la festividad oficial de los esclavos alemanes, el cumpleaños del káiser.

La revolución proletaria debería arrojar un rayo de bondad para iluminar la triste vida de las prisiones, disminuir las sentencias draconianas, abolir los bárbaros castigos –las cadenas y azotes-, mejorar en lo posible la atención médica, la alimentación y las condiciones de trabajo. ¡Es una cuestión de honor!

El régimen disciplinario imperante, impregnado de un brutal espíritu de clase y de barbarie capitalista, debería modificarse radicalmente.

Pero una reforma total, acorde con el espíritu del socialismo, sólo puede basarse en un nuevo orden social y económico; tanto el crimen como el castigo hunden sus raíces profundamente en la organización social. Sin embargo, hay una medida radical que puede tomarse sin complicados procesos legales. La pena capital, la vergüenza mayor del ultrarreaccionario código alemán, debería ser eliminada de inmediato. ¿Por qué vacila este gobierno de obreros y soldados? Hace doscientos años el noble Beccaria denunció la ignominia de la pena capital. ¿No existe esta ignominia para vosotros, Ledebour, Barth, Däumig?

¿No tenéis tiempo, tenéis mil problemas, mil dificultades, mil tareas os aguardan? Cierto. Pero controlad, reloj en mano, el tiempo que se necesita para decir: “¡Queda abolida la pena de muerte!” ¿Diréis que para resolver este problema se requieren largas deliberaciones y votaciones? ¿Os perderíais así en la maraña de las complicaciones formales, los problemas de jurisdicción, la burocracia departamental?

¡Ah! Cuán alemana es esta revolución alemana! ¡Cuán habladora y pedante! ¡Cuán rígida, inflexible, carente de grandeza!

La olvidada pena de muerte es sólo un pequeño detalle aislado. Pero, ¡con qué precisión se revela el espíritu motriz, que guía a la revolución, en estos pequeños detalles!

Tomemos cualquier historia de la Gran Revolución Francesa, por ejemplo, la aburrida crónica de Mignet.

¿Es posible leerla sin que el corazón lata con fuerza y arda la frente? Quien la haya abierto en una página cualquiera, ¿puede cerrarla antes de haber oído, conteniendo el aliento, la última nota de esa grandiosa tragedia? Es como una sinfonía de Beethoven elevada a lo grandioso y a lo grotesco, una tempestad tronando en el órgano del tiempo, grande y soberbia en sus errores al igual que en sus hazañas, en la victoria tanto como en la derrota, en el primer grito de júbilo ingenuo y en el último suspiro.

¿Y cómo ocurren las cosas en este momento en Alemania?

En todo, sea grande o pequeño, uno siente estos son siempre los viejos y sobrios ciudadanos de la difunta socialdemocracia, para quienes el carnet de afiliado es todo, y el hombre y el espíritu, nada.

No debemos olvidar, empero, que no se hace la historia sin grandeza de espíritu, sin una elevada moral, sin gestos nobles.

Al abandonar Liebknecht y yo las hospitalarias salas donde vivimos en los últimos tiempos –él, entre sus pálidos compañeros de penitenciaría y yo con mis pobres, queridas ladronas y mujeres de la calle con quienes pasé tres años y medio de mi vida- pronunciamos este juramento, mientras nos seguían con sus ojos tristes: “¡No os olvidaremos!”

¡Exigimos al comité ejecutivo de los Consejos Obreros y de Soldados que tome medidas inmediatas para mejorar la situación de los prisioneros en las cárceles alemanas!

¡Exigimos que se elimine inmediatamente la pena de muerte del código penal alemán!

Durante los cuatro años de masacre de los pueblos, la sangre fluyó en torrentes. Hoy, cada gota de ese precioso fluido debería preservarse devotamente en urnas de cristal.

La actividad revolucionaria y el profundo humanitarismo: tal es el único y verdadero aliento vital del socialismo.

Un mundo debe ser virado al revés. Pero cada lágrima que corre allí donde podría haber sido evitada es una acusación; y es un criminal quien, con inconsciencia brutal, aplasta una pobre lombriz.

Publicado en Artículos Robados.